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Si les nombro a Pilar de Lara, Estela San José o Mercedes Ayala seguro que son nombres propios que les dicen algo. Las tres son juezas y las tres (entre otras muchas) han saltado a las primeras portadas de los periódicos por investigar los lamentables casos de corrupción que nos asedian. El hecho de que estas tres jueces tan conocidas sean mujeres no es más (hoy) que una mera coincidencia.

Pero si les cuento que hasta el año 1966 las mujeres en España no podían ser jueces se quedará ustedes seguramente sorprendidos. Pues así es. Hasta entonces la judicatura era un universo masculino con las puertas cerradas a cal y canto a la presencia femenina. Aún tuvieron que pasar once años para que accediese la primera mujer en la carrera judicial. Pero a partir de entonces el vuelco ha sido radical. La tortilla se ha dado la vuelta y hoy, como en la historia del lobito bueno de José Agustín Goytisolo, los hombres son ahora los minoritarios en las facultades de derecho y de todos los jueces españoles casi el 70 % son togas femeninas. Pero, como siempre, cuando se trata de contabilizarlas en las jerarquías entonces ellas son más escasas, tanto que el propio presidente del Constitucional, Pascual Sala, reconocía que faltaban muchas mujeres para poder hablar de paridad en la entidad que preside. En toda la historia de la institución, más de medio siglo, sólo ha habido 5 magistradas. En el Supremo lo mismo. De los doce miembros, sólo dos nombres femeninos. La misma dinámica se reproduce entre los altos cargos de todas las instituciones judiciales

¿Cómo es posible que precisamente en uno de los estamentos fundamentales del Estado, el que más honra el concepto de democracia y de igualdad ante la ley frene el acceso de la mujer?

Por todo ello es relevante y destacable que esta semana hayan jurado o prometido su cargo ante el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Galicia nueve magistrados, con una aplastante mayoría femenina, 8 de 9. El ejemplo de estas ocho nuevas jueces es un reflejo de lo que sucede en otros ámbitos de la vida profesional actual: que cuando se establecen criterios objetivos para acceder al ejercicio profesional la mujer lo hace con naturalidad, sin complejos, incluso superando los índices masculinos. Por ello cabe pensar que ahora sólo falta que las puertas de la jerarquía en la judicatura se abran también y que los criterios de valía, de trabajo, esfuerzo y competencia sean los que primen llegado el momento de los nombramientos