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 Hace unos días varios diarios publicaron una columna de opinión cuyo titular era una pregunta que hacía referencia a si en el caso de la “manada” estábamos ante una violación o ante un acto pornográfico.

No pretendo entrar a calificarlo. Las ideas y opiniones son libres y, por otra parte, las redes sociales se han ocupado ya de descalificarlo por activa y por pasiva. Aunque sí hay algo que yo agradecería al politólogo y antropólogo que firma el documento: su claridad. La transparencia con la que muestra el verdadero rostro del machismo, el más profundo e inconsciente, ese que está tan arraigado en ciertos subconscientes masculinos que es capaz de engañar al pensamiento más racional y hacerles creer que su interpretación de la realidad es la correcta.

Probablemente haya algunos hombres y mujeres que consideren, como él, que el hecho de no gritar como una desaforada es la prueba de que la chica consintió que los miembros de la manada mantuviesen relaciones sexuales con ella.  Se pregunta el autor si el sentimiento de haber sido violada surge en el momento del acto o después, si los gemidos eran de placer o de desagrado, si los ojos los cierra por miedo o por vergüenza, si no dice nada por estar en shock o porque no tiene nada que decir… En fin, dudo que el autor posea un programa informático, una app… que le permita medir con fiabilidad hasta dónde un gemido es de placer o de dolor, cómo se cierran los ojos en un sentido o en otro, etc.

En otro momento insinúa el autor que la culpa de todo es de los San Fermines: “esta fiesta desencadena una catársis dionisiaca colectiva que te impele a hacer lo que no habías hecho nunca”. O sea, como si estuviésemos en un aquelarre regional en el que a todos se nos va la cabeza y, hala, todos a los portales a desfogarnos que para eso hemos venido… Aunque luego, como dice el autor, el exceso de la fiesta popular nos venga grande y nos revele nada menos que: “Nuestra sexualidad está tan reprimida que cuando se manifiesta  (…) nos asustamos y estremecemos.”

Aplicado al caso que nos ocupa, la “teoría” del autor explicaría lo sucedido de la siguiente manera:

La chica de 18 años al igual que los jóvenes integrantes de la llamada manada sucumbieron todos a la “catarsis dionisiaca” de los San Fermines, generada por el ambiente festivo y el alcohol. Este clima de éxtasis provocó que afloraran en ella los instintos sexuales más reprimidos -entre ellos la muy común idea a esa edad de mantener relaciones sexuales con varios hombres a la vez-. De manera que se insinúa para animarlos a entrar con ella en un portal y “dejarse hacer”.  Sólo después de haber disfrutado de tamaña fiesta, su educación represiva y el hecho de que “a los 18 años aún no la conocemos (la sexualidad), la estamos descubriendo y a veces  nos horroriza lo que descubrimos” hace que la chica se arrepienta y decida denunciar los hechos como violación, como fórmula para salvar su conciencia.

Efectivamente, así visto (y excluyendo -claro- el desenlace) estaríamos ante el perfecto guión de una peli porno de reconcentrados prejuicios machistas como las que se fabrican para consumo masculino, en las que detrás del acoso sexual y de la violación lo que se esconde en realidad son los deseos reprimidos de las mujeres de nuestro tiempo y donde subyace la idea de una mujer sometida y que, además, goza con ese sometimiento… O sea, justo lo contrario de lo que se plantearía -ya puestos a analizar porno- en un guión del género que estuviese escrito por una o varias señoras. Pero volviendo al caso concreto de la “manada”, entiendo que se le va la mano al autor cuando dice: “lo que se está juzgando es la sexualidad humana”. Al atribuir a los jueces del caso el trabajo de dirimir sobre la sexualidad como tal y no sobre unos hechos concretos (que es en realidad la función de los jueces), claramente se extralimita.

Y en ese marasmo de querer que los jueces no juzguen hechos sino conceptos o comportamientos (como la sexualidad), no es extraño que llegue a vaticinar para este caso el propio fracaso de la Justicia y -en su desvarío- apele a otras disciplinas, cuando dice “que la lógica jurídica codificada y el razonamiento psicoanalítico se muestran insuficientes para dilucidar la controversia. Se hace necesario, en consecuencia, buscar auxilio en la antropología sexual y en la filosofía antropológica.” El colmo.

Si la Justica se dedicase hoy a juzgar los comportamientos humanos en su concepción filosófica estaríamos probablemente volviendo al medioevo. Exactamente en la dirección contraria a la que debemos dirigirnos. De lo contrario estaríamos cayendo en la trampa argumental de un machismo quizá más sutil y elaborado pero con la misma esencia. Y aún más peligroso.

Carla Reyes Uschinsky, periodista y presidenta de Executivas