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Hace seis años la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió que el 11 de febrero sería en adelante el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Con esta medida la ONU pretendía conseguir el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las mujeres y las niñas.

¿Por qué no se les había ocurrido antes?

Difícil responder a esa pregunta. Ya sabemos cómo funciona la toma de decisiones de este organismo y podemos imaginar que habrán estado debatiendo el asunto durante algunos años hasta conseguir el consenso necesario.

La pregunta que me parece más importante es saber si se ha cumplido en alguna medida el objetivo de esta solemne declaración.

Tampoco parece sencilla la respuesta. Yendo de buena fe podríamos decir que al menos se ha conseguido que las enormes desigualdades que subsisten entre hombres y mujeres en la ciencia, se aborden en los medios de comunicación una vez al año. Por el resto, nada indica que haya habido cambios de trascendencia.

Si hiciéramos una encuesta en la calle sobre científicos conocidos por el común de los mortales, seguramente el nombre más repetido sería el de Einstein, Isaac Newton, Fleming o el de Stephen Hawking. Pocas posibilidades de que algún ciudadano medio tenga en mente a alguna científica y si lo hace seguramente sólo podría nombrar a una mujer: Marie Curie.

Gran parte de las científicas que han existido aún siguen en la penumbra de la historia. Por tanto sólo por intentar sacarlas de la oscuridad merece la pena que exista este Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Es el momento de pensar en todas aquellas mujeres dedicadas a la ciencia, que han tenido un papel fundamental en la investigación y que no recibieron el reconocimiento merecido en su momento.

Rosalind Franklin, la física que descubrió el ADN es probablemente el ejemplo más dramático. En mayo de 1952 consigue fotografiar la cara B del ADN hidratado, la famosa Foto 51.

Su compañero de investigación, Maurice Wilkins, que siempre la recibió con rechazo y displicencia, enseñó -sin que ella lo supiera- a otros dos científicos las fotos de Franklin del ADN.

En 1958 Rosalind fallece y tan sólo 4 años después Wilkins comparte el Premio Nobel de Medicina con los investigadores a quienes había enseñado los avances de la joven científica. Ninguno de ellos mencionó su nombre ni reconoció su labor fundamental en la investigación que marcaría el futuro de la genética.

Rosalind no ha sido la única científica despreciada por su tiempo.

La lista de las olvidadas es muy larga, tan amplia como las ausencias de las mujeres cuando buscamos nombres femeninos entre los científicos más importantes de la historia. En la gran mayoría de estos top ellas lucen por su ausencia. Sólo en uno de esos listados figura la gran Marie Curie como única mujer científica, el resto aún permanece en la sombra del olvido.